Sobre mi
Sabrá disculparme el terrible lector del gran libro digital, pero para escribir hay que estar inspirado, o recibir una señal extraterrestre. En este momento ninguna de las anteriores premisas se conjuga con mi realidad. Así que sólo escribo palabras. Aprovecharé para contarle que sufro delirios de grandeza. Afortunadamente, se trata de los delirios de grandeza más grandes del universo. No es que esté orgulloso de ello, pero estoy orgulloso de no estarlo.
También soy la única y más terrible excepción de la Ley del Embudo (por si Usted no la conoce le explico que rima con boludo. Es una ley que descubrieron los argentinos allá por 1816 en la benemérita y muy digna Ciudad de san Miguel de Tucumán y que terminará en el año del arquero).
A veces soy un poco exagerado, como ahora. En realidad no soy nada exagerado. Sufro, sin embargo, de la desconocida enfermedad de los poetas, aquella que obliga a muchos a pensar que hago poesía cuando simplemente hago lo que siento.
Entre mis muchos males también se encuentra la capacidad de ver el pesimismo del universo. Me siento como un ser que ve cómo explota su planeta y aún así no puede hacer nada. Y lo único que lo diferencia de los otros seres es que él puede ver. Pensándolo bien (no yo, sino Ud.), el acto de ver es un hacer (saque su propia conclusión acerca de esto). No puedo detenerme a explicar cada átomo del universo, he de optar: o la información digerida, tal como todo el mundo tiene a su alcance desde que el Ser Humano cree que existe, o la sabiduría pura, aquella a la que sólo se llega pensando y dejando pensar, soñando y dejando de soñar, amando y dejando de amar. No digo dejar de fumar porque es más difícil.
Pero tampoco soy del todo pesimista. A veces, leyendo las noches estoy (no pretendo que lo entiendas) durante horas de minutos sosteniendo en mis manos momentos. Y cosas por el estilo. En realidad no es que me guste mucho leer. Me gusta escribir. Como el cura que creía en Dios sólo porque la Iglesia lo obligaba a ello, pero que si hubiese podido optar, preferiría estar en una orgía con las monjas. Así como los científicos necesitan fórmulas matemáticas para explicar sus creencias. Así necesito leer como excusa para poder escribir. Creo que Borges lo resolvió bien. Punto para Borges.
Estoy feliz de haber sobrevivido a las formas que el pasado se ha tragado: tres pájaros ladrando nubes de terror sobre mi cadáver matutino. Y feliz de haber muerto ante la locura en la diurna oscuridad enamorada de una forma sin sombra. Llueven techos bajo la lluvia, bajo los barcos flotan mis pies.
También poseo el ancestral Arte de mirar a una mujer que quiebra levemente su simetría contra un árbol de luz y más aún el arte de imaginarla durante el día. La propiedad del fuego que lo hace quemar. ¿Cómo se llama? Melodía… melancolía. Buenos días. ¿Cómo se llama? Yo soy el fuego apagado, la metonimia. Frío repentino, molesto, paliativo, resucitante, aliado de la piel viva, enemigo de la muerte, reflejo de la vida.
Me gusta adoptar ideas huérfanas, quizás porque yo también lo soy, y darles cobijo hasta que cobren la fuerza necesaria para inundar el mundo. O para hacerlo estallar, aunque sea de risa. Y creo en el amor.
Eso es todo. Fue un placer que me desconozca.