Efímero (proyecto de párrafo)


El perro rasguñaba la puerta desde afuera; sabía que tarde o temprano se abriría. No sabía cómo. No sabía por qué. No tenía problemas de tiempo, ninguna otra cosa tenía que hacer: era un perro, y podía intentarlo una-y-otra-vez y cada-vez-como-la-primera: sabiendo que la puerta se abriría y (tal vez cuando el hambre se hubiera llevado todas sus fuerzas y soltara un gruñido débil que nadie escucharía y se enroscara con el hocico entre las patas y cerrara los ojos), sin dudas, la puerta se abriría. Era sólo un perro y no conocía palabras como "incomparable", "crepúsculo" o "porvenir". Era un perro... y ni siquiera eso sabía. ¿Cómo puede ser un perro si no lo sabe? Nunca se lo preguntó. Miró la puerta cerrada, muda... rasguñó. Había tenido un día difícil. La lluvia lo había sorprendido a mitad de camino cuando iba en busca del hueso que había enterrado. No era fácil encontrar un lugar propicio si por todos lados el suelo era de roca. Él era (creía) el único que conocía ese lugar casi mágico donde la tierra es blanda y cede ante los deseos del Perro. Pero cuando llegó, el hueso no estaba. No pudo comprender por qué, pero allí no había ningún hueso, ninguna tierra blanda. Para colmo, la lluvia ponía nerviosa a la pulga, que se revolcaba inquieta por lugares en los que no podía rascarse. De regreso, lo sorprendió la noche con las luces que hacen ruido (una vez había visto un gato correr hacia una luz y no regresar; se le había acercado, lo olfateó e inclusive le ladró, pero el gato no se movió) y debió andar con cuidado, medio muerto de frío y con la lluvia haciéndolo todo más ruidoso e incomprensible, mezclando los olores y borroneando el mundo... mundo que desaparecería en cuanto se abriera la puerta y pudiera estar tranquilo y tibio, al menos hasta la hora del castigo, que llegaba siempre sin previo aviso, por lo general cuando más se divertía mordiendo las patas de una silla.