Maletín


Le paso un trapito para sacarle los sueños y lo soplo un poco por las dudas. Lo abro mientras cierro los ojos para contrarrestar el atrevimiento. Meto las manos e intento reconocer las formas, los colores que nunca vi. Hay, dentro del maletín, una araña alada sin bordes, un chorro de sifón y una escena ficticia nublada por la realidad. Pero no busco eso. Sigo. Intuyo con los dedos unas letras que se me enredan en las huellas digitales, personalidades sin estrenar, copos de nieve tibios y una sonrisa sin manual. En algún lado debe estar lo que busco. Revuelvo. Mis brazos están dentro hasta los codos y ya rozan cosas intangibles, como ha quedado demostrado. Entre ellas, un frasquito con dimensiones instantáneas, un presagio de amor vencido, una alegoría escrita en japonés por un chino y un pasaje hacia la falsa felicidad. Tampoco quiero eso, y hundo la cara para ayudar a los brazos. Toco media docena de estrellas sin querer y les salen rayitos en cámara lenta que rebotan contra todas las partículas de la nada y vuelven en seguida para tomar la merienda. Me inclino un poco más y estirando la imaginación percibo que el interior no tiene rincones ni ausencia de ellos. Hay adentro libertad y poder y una ordenanza que prohíbe el tiempo en cualquiera de sus conjugaciones. Hay un mapa de otro mapa tallado en un parpadeo; hay un grito majestuoso salido de la nada y un azar fosilizado en ámbar musical. Me adentro un poco más y, ya colgado de los pies, indago a fondo en la inocencia de existir. Las ideas se me meten por los poros y, de repente, la línea vertical que mantiene unido mi ser saborea algo extraño: es frío y es rectangular, pero no es sólo un frío rectangular, es un haber encontrado lo que estaba buscando. Abro los ojos y lo veo como es: un simple maletín. Le paso un trapito...