La espera


Tengo un universo paralelo en un bolsillo agujereado, y te espero en la esquina de siempre, temblando, entre los tótems borrosos, sobre los estruendosos gusanos. Te espero ahí, sentado, aunque no esté, en cada único lugar donde no estás. Y, mientras no llegás, pasa un vendedor de verbos usados que regala ayeres, y pasa una señora con un litro de jilgueros que hace un pozo y mete los pies en el asfalto, y también pasan un repartidor de problemas ajenos, un viejo en una mesa, un payaso de traje y varios zapatos que arrastran sombras imaginarias. Y miro para un lado y para el otro esperando verte salir de la sonrisa de un perro o de un cartel luminoso o de una puerta dibujada en el Sol... pero, no. Y sigo esperando y me entretengo viendo la tarde rugir, entre líneas. Se me agotan los temblores y vos no pasás de muchas formas: no pasás como un chinito albino, como un timbre de domingo y como una montaña de esas cosas que salen de los ojos.

Me parece ver un ángel en el barcito de enfrente tomando agua de un florero... no, es un castigo a cuerda. La gente me tira bandoneones de vidrio en un rincón del alma y la tarde, aburrida, se va cocinar las luces de mañana mientras la luna me toca bocina. Y ahí sigo yo, con la orquesta infinita que afina en silencio la última nota de cada canción. Me siento y me resiento y el mozo me trae peras al óleo en una bandeja inflable. Se tropieza y rompe las copas de los árboles, que caen hacia el horizonte y me miran de costado como diciendo: "viste, no va a venir".

Prendete un pucho -me dice una cortina despeinada-, este es el sector de las almas condenadas. No lo prendo por miedo a que venga un colectivo, pero lo prendo por miedo a que en el colectivo vengas vos y bajes llena de abrazos azarosos y miradas miopes y te topes con este coso y te enamores de nuevo y bailemos en un techo con las almas y qué se yo.

Y los párrafos se hacen suspiros y la nada fiel, y sigo esperando porque sí, porque tal vez...