El sueño de Ñol


¡Capitán, capitán! –gritó Ñol, mientras venía flotando hacia el puente de mando-.

¡Quiero escribir ciencia-ficción!

-Pero, Ñol, estamos en una nave espacial a 10 millones de años luz de cualquier persona que pudiera interesarse en eso.

-No necesariamente. Podríamos inventar un dispositivo que le de la vuelta al universo y lo deje mirando para este lado. Entonces podríamos...

-Sí, sí. Ya sé –dijo el capitán. Pero ahora tenemos que concentrarnos en cosas más importantes. Como, por ejemplo, en conseguir un poco de jugo de naranja para propulsar la nave.

-Capi, yo podría escribir sobre un mundo donde el jugo de naranja es tan común que la gente se lo bebe. Y le pone unas grajeas mágicas que le quitan el ácido que corroe los motores y le dan mejor sabor. Un polvillo blanco, tal vez.

-Ñol, estuviste viendo demasiado tiempo por la ventana virtual. No seas tonto; el mejor sabor no existe. Ya estás en edad de cobrar conciencia de que vivimos completamente a la deriva, sin pies ni cabeza, o con los pies dentro de la cabeza, y de que el tiempo es tan grande que devora las demás propiedades del Universo.

-Pero yo no quiero sacar los pies de la cabeza. Prefiero soñar sobre un mundo donde el tiempo sea tan insignificante que sea regido por máquinas a cuerda. Y que la gente pueda detener el tiempo a voluntad sólo olvidando que existe ese objeto. Lo llamaría "rojol", para que la gente le tuviera miedo.

-El miedo no es una buena propiedad el espíritu, Ñol –dijo el capitán-. Se aloja en el cuadrante XXI del cerebro, y hace tiempo que nuestros gurús mentales lo neutralizaron con emisiones psicoactivas de misterio cósmico.

-Pero imaginemos qué pasaría si, de pronto, esta raza encontrara un rojol gigante en medio del Universo...

-El Universo no tiene medio, porque no tiene principio ni fin.

-Y tuviera que librar una batalla astrológica para no mirarlo.

-Y ¿qué ganaría con no mirarlo?

-Nada. Libertad. La libertad de poder elegir entre querer mirar o no. No ser esclavos del tiempo.

-Pero a ese argumento le falta realismo. Nuestra vida es muy diferente de eso. Nosotros creamos fluctuaciones cuánticas noche y día para poder viajar hacia un lado y hacia el otro, ¡incluso al mismo tiempo! La vida es tan asombrosa que no tenemos tiempo para fantasear sobre la existencia del tiempo. Más nos vale dedicarnos a algo producente para tener con qué entretenernos durante el resto de nuestra inmortalidad. Ahora, ponéte las antenas de duende virtual y andá a teletransportarme un poco de plasma de fantasmas que me estoy aburriendo.

-En seguida, capitán Cucuruchu.