I - Sobre las formas de los objetos.


De repente sentí un inusual impulso de escribir, sin importarme qué. Y las cosas inusuales hay que aprovecharlas porque es poco probable que se vuelvan a repetir.

Mientras luchaba estratégicamente por retener las ideas que venían en busca de asilo a mi dimensión cerebral, busqué con desesperación algo con qué escribir. Me refiero a un lápiz o algo similar. Dejé que mis ojos vagaran sobre las superficies borrosas del mundo en busca de papel mientras revolvía con ambas manos el invisible interior de los bolsillos de mi abrigo. Y todo eso al mismo tiempo. En el proceso, creo, una de mis neuronas explotó. Y era una de las grandes.

Al fin encontré un objeto cilíndrico, resbaladizo y tímido escondido tras el forro del bolsillo interno. Aparentemente, se había deslizado allí por algún agujero al cual yo no había tenido el gusto de haber conocido apropiadamente. De haberlo hecho, le habría presentado un hilo armado de una aguja y hubiésemos visto quién era más listo y rimaba mejor. En mi meditar sobre ello –y otras cuestiones que conducen por los jardines del arte y la sabiduría-, torpemente mis ojos tropezaron con los de una mujer que me miraba (con los mismos ojos a los cuales torpemente tropezando encontré, (aunque cueste creer la coincidencia (los trabalenguas estarán en desuso pero su valor no ha cambiado))) desde la puerta de mi oficina, lo cual fue doblemente impactante ya que había estado tan concentrado en mi distracción que no recordaba que un mundo me rodeaba ni mucho menos que estaba en una oficina. Sentíme como un paréntesis dentro de un paréntesis. Pero inmediatamente recordé que estaba intentando escribir. Pero, ¿con qué? Este proceso se repitió unas cuantas veces...

Finalmente, por la firme voluntad que emanaban mis dedos, logré sacar el objeto cilíndrico de mi bolsillo, sólo para quedar perplejamente incompleto ante su naturaleza tan poco parecida a la de cualquier artilugio con el que un ser humano pudiera escribir.

Cada objeto debería de tener una forma completamente distinta a la de los otros (a menos que su función fuera la de ser confundido indefinidamente).

Una idea, muy atenta, pasó por mi cabeza y me rescató de un párrafo sin salida. Pedir a mi secretaria lápiz y papel. En realidad no fue una idea, sino que recordé súbitamente que tenía secretaria, y que ellas se dedicaban a ese tipo de cosas. Ella era una experta en esta materia de reconocer las variaciones cilíndricas entre diferentes tipos de objetos.

Luego reparé en que en mi otra mano tenía un lápiz.