Largo sueño. Y un despertar como si hubiera perdido algo importante, como si fuera un ciego tragando sopa de letras. Siempre algo se me escapa. Y por "algo" quiero decir "todo", por aquello de que el universo es infinito y sus posibilidades inagotables. Eso desde un punto de vista optimista, claro, porque el universo nos cultiva mortales. Pero no nos podemos quejar, después de todo: también somos dueños de la eternidad por un instante.
En fin, luego de recobrar la conciencia cotidiana, estuve dispuesto a envejecer buscando a aquella inalcanzable mujer. Realicé detalladamente cada cosa que una persona hace al levantarse una mañana de un día de la semana, pero no daré los detalles porque me conozco y sé que me iría por las ramas como un mono que se multiplica al entrar en contacto con ellas, pero que al mismo tiempo va empequeñeciendo hasta desaparecer, o creciendo hasta abarcarlo todo. O quizá no me conozco tan bien y resultaría en la más perfecta descripción de algo que todo el mundo ya sabe. Como sea, luego de hacer todas esas cosas que no acabo de describir, me dispuse a vivir aquél día como si fuera el último de mi vida; es decir: no lavé los platos ni saqué la basura. Sólo me dediqué a reconstruir mentalmente su rostro.
Sus ojos eran dos círculos celestes con grandes puntos negros en el centro. No muy originales, pero por algo se me habían grabado tan bien. Los dedos de sus manos podían contarse con los dedos de cualquier otra mano, y toda ella estaba conformada por átomos, al igual que cualquier persona. Nada especial. Me detuve un instante al darme cuenta de que la mayoría de los átomos de mi cuerpo provenían de distintas estrellas. Fue una sensación tan estremecedora que probablemente Ella también la sintió del otro lado del cuento, un sentirse tan inmortalmente mortal que las palabras no se atreven a describirlo, porque cada vez que un alma quiere expresarse mediante la lengua, es la lengua la que habla. Y ahí vamos como vehículos del habla, como simples lágrimas que de por sí solas no son nada, nada más que una metáfora de otra cosa y de otra a la vez, de algo que ni siquiera existe.
Y así, vestido de palabras como el Emperador, me encontré abriendo la puerta y moviendo un pie, aparentemente decidido a construir, destruir y deconstruir con nuevos pasos la distancia a mi oficina. Cerré la puerta tras de mí y acompañé cuesta abajo al único escalón que apartaba la vereda. Me pregunté: una escalera con un solo escalón, ¿es una escalera? Caminé. Pensé que pensaba demasiado. Inmediatamente me contradije argumentando que el pensamiento no es más que un atestiguar el mundo que realiza la mente, y que quizá simplemente había demasiado mundo. Me conformé con esa idea, mientras cruzaba uno tras otro los puntos tolstoianos donde la gente más mete las manos en sus bolsillos, hasta que el marco de una puerta me envolvió y se transformó la calle en oficina.
Es sorprendente que no me sorprendiera, por falta de tiempo, al ver que Ella estaba ahí, así que guardé la sorpresa para otro momento en que no tuviera nada que hacer (además, no había practicado mi cara de sorprendido porque prefería que pareciera genuina). Traía en sus manos un objeto material que representaba de manera abstracta otro objeto material, un mapa, y hablaba con mi secretaria con palabras que hacían lo mismo. Sólo me dedicó una mirada fugaz sin significado y continuó con su charla.
Mientras yo esperaba el momento en que ella se desocupase, colgué mi abrigo en un clavo que había tras la puerta. (Antes había una puerta de vidrio, pero la tuve que cambiar por una de madera para poder poner el clavo luego de que unos ladrones se llevaran el perchero que tenía en comodato.)
Finalmente, Ella hizo un bollo con el mapa, lo guardó en su cartera y pasó a mi lado en dirección a la calle, sólo dejando en mi posesión un leve escalofrío perfumado y un "buenos días" como cualquier otro, como si nunca antes me hubiese visto.
Esto era un giro inesperado. Parecía otra persona aunque juro que era la misma. No había en su accionar señal alguna de haber sufrido amnesia o de estar bajo coerción psíquica extraterrestre. Me puse el abrigo nuevamente, cuyos agujeros con funciones específicas había aprendido a distinguir tras darle varias vueltas, y reanudé mi persecución... bastante despacio... y con el infinito a favor y en contra.